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2 oct 2010

- Tienes ojos claros, pero no tan claros como los míos.
- Sí, pero tú no estás aquí porque te gustan mis ojos sino porque te gusta algo más.

Me tomó en sus brazos y me tendió en la cama. Comenzó a besarme de una forma dulce, eran besos suaves, de los que no me tocaban a mí. -Ya me tengo que ir. Se incorporó rápidamente, acomodó su saco y corbata y me dio un beso en la mejilla.
-¿Dónde te lo dejo?
-Dámelo, yo sé guardarlo bien.
-Me esperas mañana también.
-La hora de siempre, ya lo sé.
-Así me gusta putita, que sepas mis horarios.
-Claro precioso, así me organizo con los demás.

Salió y me quedé sola otra vez. Guardé el dinero, cambié las sábanas y salí por un café. En las tardes no hay nadie, estamos solas aquí, nos da tiempo para comer un poco, ir por un cigarro, un café y simplemente dormir ya que en las noches es casi imposible ya sea por el trabajo o por el ruido.

Veo pasar a aquello grandes señores de traje por debajo de las piernas que les plazca esa noche, su principios dignos y morales los dejan bajo las luces rojas de la puerta. Cruzan el umbral y no sólo nos muestran su faceta lujuriosa y salvaje, sino también aquellas técnicas y gustos que lejos de ser placenteros o al menos originales, son completamente ridículos.

Salgo a la sala con una tasa de café que calienta mis manos y me siento junto a las demás. Del televisor sale otro más de aquellos discursos desgastados -Nos alegra ganar demostrando que la nuestra, fue una campaña limpia. ¿Limpia? Más limpias están mis sábanas. Aquellos hipócritas tienen una sonrisa en el rostro porque vinieron aquí la noche anterior y nos pagan con dinero que les cae del cielo al bolsillo. Pero de qué quejarse, ellos nos dan para el café.



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